«Tiene a su hijo enterrado en el cementerio de---» Una raya. Diagnóstico de la muerte: «Ha dado a luz un feto de un tiempo aproximado de 35 semanas y de sexo varón, cuya muerte se produjo antes del alumbramiento por insuficiencia placentaria (documento del 5 de julio de 1989); en otro escrito oficial fechado el 9 de agosto, la muerte fue «por sufrimiento fetal en la cesárea, de los fetos gemelos, uno de ellos muerto». No ocurrió en la prehistoria. Estas contradicciones médicas o el disparate de que ningún cementerio tenga enterrado al bebé de Marisol Hernández y Alberto Cuerva sucedieron en un hospital público, el Gregorio Marañón, de la capital española y a finales del siglo XX.
Alberto José Cuerva Hernández tiene hoy 21 años. Nacido un 4 de julio, busca desde entonces a su hermano gemelo en cada rostro que encuentra. O rastrea la pista que le marcan otros al «confundirle» con una especie de «fantasma» al que persigue: «Te he visto esta tarde en tal sitio sobre tu moto roja. ¿Pero si mi moto es azul, cómo podía ser yo?» o «un cura de Cercedilla se acercó a mí en la Puerta del Sol y me saludó cariñosamente cuestionándome qué hacía allí trabajando si yo había sido monaguillo con él toda la vida», son algunos de los diálogos que repiquetean en la cabeza de este joven de Alcalá de Henares.
A Alberto le han confundido varias veces con otro
«Viví perrerías»
Todos saben, detalle a detalle, qué falló, qué ocurrió. Así que unos asienten y otros completan el relato de Marisol: tiene ecografías y pruebas médicas de que todo marchaba bien en su embarazo («placenta normal, monoamniótica , es decir, una sola bolsa para los fetos gemelos, con líquido abundante», ratifica el ginecólogo en un impreso en mayo de 1989). Sin embargo, la noche de su ingreso, la del 3 al 4 de julio de 1989, el documento microfilmado del Servicio de Obstetricia del Gregorio Marañón sella que la placenta era «biamniótica» (dos bolsas). «Me tuvieron desde medianoche hasta las ocho menos veinte de la mañana monitorizada, diciendo que todo iba bien, que ambos estaban vivos, pero yo veía muchas “perrerías”. Primero, me tomaron las huellas dactilares y pregunté por qué: “Por si muere o pasa algo”, contestó despectiva la comadrona».
La sedaron, retrasaron la cesárea programada hasta que finalmente nacieron dos bebés, que se llevaron con inmediatez asegurándole que uno había muerto.
Para colmo de males, siempre según su descripción, a Marisol la aislaron en una habitación con el argumento de que ella y el bebé vivo tenían Hepatitis B, una enfermedad que nunca han padecido. Pone los vellos de punta escuchar a esta mujer de 48 años recrear el trance como si lo estuviese viviendo en este mismo instante: «Me dijeron que bastante que sobrevivió uno, Alberto, que pesó 1,7 kilos con 33 semanas (un dato corregido con tipp-ex en el documento) y que me centrase en el vivo, que me necesitaba porque padecía Hepatitis y hasta Síndrome de Down... Lo único que tiene es que es asmático».
A Marisol le tomaron huellas «por si moría» y la aislaron tras el parto
Su esposo había observado en pleno alumbramiento cómo el médico que la atendía estaba en la cafetería y cuando, tras los hechos, reclamó con virulencia ver al bebé perdido, se lo mostraron envuelto en una sábana, a mucha distancia. «Está abierto, hinchado, morado y hasta macerado» fueron las palabras que soltaron por su boca los responsables del parto, y les impidieron cotejarlo con sus propios ojos.
El 1+1 siempre a su espalda
Alberto junior no puede dejar de pensar que hay alguien más ahí fuera que le condiciona su estado ciclotímico y el físico también: «He llegado a ir muy mal, con síntomas de estar muy enfermo, al médico, y me ha dicho “no tienes nada, es muy raro”». Se deja guiar por el pálpito de su madre de que su hijo, el mayor de los dos, está vivo. «Ella ha estado obsesionada un tiempo, y ahora el runrún vive con ella», asevera con un gran cariño hacia quien le parió. Marisol baja la cabeza y añade que desde aquel día le ha acompañado en su viaje diario la depresión. Parece mentira, dada su jovialidad y su vitalidad enérgica.
La Justicia archivó la causa con el fundamento de la prescripción del delito
«Estoy hablando por la otra persona cuando no sé nada de él, puede que tenga mis aficiones o que sea todo lo contrario a mí», dice. Lo que sí sabe, y mastica entre bromas este joven de ojos claros y barbilampiño, es lo que haría si un día encontrase su calco en otra cara: «Le pegaría un puñetazo para sacarle el ADN de la sangre, y si quisiera, que me denunciase pero yo demostraría que es mi hermano sí o sí».
«Carpetazo» judicial dos veces
Sus progenitores lo han intentado por una vía más pacífica. Han interpuesto sendas denuncias en los Juzgados de Instrucción de Alcalá de Henares y en la Audiencia de Madrid. Ambas han sido archivadas con el argumento jurídico de que «el delito habría prescrito». Pero el delito de sustracción ilegal de un menor no prescribe. Por eso, la denuncia colectiva y derivada a las fiscalías provinciales interpuesta por la asociación Anadir el pasado 27 de enero y de la que forman parte les ha dado alas: «Del 1 al 10, tengo un 9 de esperanza en que esto se aclare, reabran la causa e investiguen qué pasó. No quiero venganza contra el médico o la comadrona (a los que no me importaría cruzarme una segunda vez, si te digo la verdad); sólo quiero encontrar a mi hijo, que sé que está vivo. Eso lo sabe una madre».
Marisol ve una foto de Alberto y su reflejo: «Qué “yuyu”, he visto a mi otro hijo»
Ante la posibilidad, por remota que fuese, de que la Justicia diese por tercera vez «carpetazo» a su causa, Marisol frunce el ceño, y Alberto salta con ansia voraz: «Si mi madre deja de indagar, yo nunca pararé».
El fotógrafo dispara una instantánea en el ascensor donde se ve a Alberto y su reflejo. Se la muestra a Marisol, que muda de expresión. Pálida y menos correosa, advierte: «Me ha dado mucho “yuyu”. Tengo un escalofrío por todo el cuerpo. He visto a mi otro hijo».
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