En agosto de 1959, José Luis Hurtado Vidal fue llevado de la Inclusa de la Paz, en Madrid, con cinco meses de edad, hasta Chile y entregado a una familia acomodada que lo inscribió en su país como hijo biológico. El caso, revelado por DIAGONAL, de otro bebé, Fernando Lezaeta Hurtado, robado en ese mismo año de la Inclusa de La Paz y entregado a una familia de militares chilenos, ha destapado el tráfico de bebés que en aquellos años fueron enviados a Chile. Entre 1957 y 1959, más de diez niñas y niños fueron a parar a familias de Chile que pagaron fuertes sumas de dinero por ellos.

 

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José Luis Hurtado Vidal, nacido el 10 de marzo de 1959, fue un niño robado de la Inclusa de la Paz en Madrid y entregado a una familia de chilenos que lo inscribió como hijo biológico nacido en Chile.

Al menos diez bebés de la Inclusa de La Paz de Madrid fueron a parar a Chile entre 1957 y 1959, donde residen, según ha podido saber DIAGONAL. Algunos de estos recién nacidos, hoy mujeres y hombres, desconocen que son hijos de otros padres y que su nacionalidad es también la española.

El caso de Luis Fernando Lezaeta Hurtado, publicado en este medio, no es el único. Cuando Lezaeta llegó a Chile, en mayo de 1959, seis bebés nacidos en la inclusa de Madrid ya habían ido a parar allí y otros cuatro estaban en camino con el visto bueno del gobierno franquista.

Uno de ellos fue “un niño llamado José Luis que ingresó en esta institución [la inclusa] el 28 de marzo de 1959”, como firma en una breve nota la monja sor Irene. Al bebé, que contaba ya con 18 días de edad, se le asignó un número de siete dígitos, que corresponde al tomo y folio donde se ha guardado durante 50 años casi toda la información sobre sus primeros ocho meses de vida. También le dieron unos apellidos, que no se sabe si corresponden a su familia biológica o fueron inventados.

Primo adoptivo

En noviembre de 1959, José Luis Muñoz Moreno se convirtió en primo adoptivo de Luis Fernando Lezaeta Hurtado. La madre adoptiva de Lezaeta, Inés Hurtado Echenique, recomendó a su primo, José Hurtado Gana, y a su mujer, Ana Vidal Covarrubias, que trajeran un bebé de España. Ese mismo consejo fue trasmitido también por otros dos matrimonios que ya habían conseguido tres niñas en esa institución. “Se sabía que traer niños de España no era un problema”, dice Hurtado, que adquirió los apellidos de sus padres chilenos ‘Hurtado Vidal’ tras ser inscrito un año después en Chile como hijo natural.

El documento fue comprado, asegura Hurtado: “La fecha del supuesto nacimiento en Chile es la misma que la que consta en España y además un médico certifica que atendió a mi madre adoptiva en el parto”. Explica que un día preguntó a sus padres por qué lo adoptaron en el Estado español y no en Chile. “Me dijeron que así nunca me iban a reclamar”.

Los padres de José Luis Hurtado, llevaban 10 años casados y no podían tener hijos. Habían viajado a EE UU para someterse, sin éxito, a un tratamiento de fertilidad. “Mis padres eran agricultores, con bastantes terrenos, y tenían entonces muy buenas relaciones sociales, con políticos de la derecha y altos cargos de la Iglesia, incluso un primo de mi mamá fue embajador en el Vaticano”, dice Hurtado.

Como carta de presentación para conseguir ese niño era imprescindible la recomendación de la Iglesia. Monseñor Francisco Vives, cura de la parroquia de Santa Ana en Santiago de Chile, aseguró en un escrito que los futuros padres tienen un “espíritu religioso” por su educación en los “mejores colegios católicos de Santiago”.

En la misma línea, el alcalde de la municipalidad de Melipilla, Alfonso Suárez, certifica que los Hurtado-Vidal son personas “con amplios medios económicos”. Con esas credenciales, en agosto de 1959, los futuros padres de Hurtado se presentaron en Madrid; antes habían recibido una misiva firmada por Fernando Mellado Romero, director de la Inclusa de la Paz, en la que les anunciaba que ya tenía un bebé dispuesto para ellos. A lo que el futuro padre adoptivo respondió con un telegrama: “muy contento / ruego reservarlo / proceder a las gestiones”.

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José Luis Hurtado Vidal, con cuatro meses de edad, cuando aún se llamaba José Luis Muñoz Moreno.

El Estado chileno a través de su embajada en Madrid colaboró activamente con el Gobierno franquista en la entrega de esos bebés a Chile. Tres embajadores distintos entre 1958 y 1963, y sus respectivos funcionarios, incluidos familiares de éstos, gestionaron las entregas de niños. Hasta julio de 1958, el embajador Luis Arteaga Barros, casado con la sobrina del entonces presidente de la República de Chile, Carlos Ibáñez del Campo, hizo varias gestiones y firmó documentos relativos a esas adopciones irregulares.

Arteaga dejó el cargo en julio de 1959, por cambio de Gobierno, y se incorporó al Ministerio de Exteriores en Chile desde donde siguió en comunicación con el director de la inclusa. Desde allí recomendó también a los padres de José Luis Hurtado Vidal: “sin duda sabrán agradecer lo que usted pueda hacer”, le refirió a Mellado por carta, en alusión a la economía saneada de los aspirantes a padres. El nuevo embajador en Madrid, Sergio Fernández Larrain, y sus diplomáticos, siguieron haciendo lo propio. De hecho, el papel de agosto de 1959 que extiende la inclusa en el se “prohija” al bebé José Luis Muñoz Moreno (Hurtado Vidal después) a favor de sus padres chilenos, está firmado por los nuevos diplomáticos de esa embajada Luis A. Castellón y Cesar Correa Barros. Durante esos años, los bebés fueron a parar a militares chilenos, diplomáticos y a conocidos políticos conservadores.

Un documento en poder de Hurtado, con el membrete de la Diputación de Madrid, y extraído del Archivo Regional, explica las condiciones de la adopción: depositar 10.000 pesetas en las arcas de la institución y entregar al niño en caso de que sea reclamado por cualquier circunstancia. “Más las donaciones que se hicieron durante años a nombre de Mellado”, aclara aquel niño.

Los padres de Hurtado no ocultaron al niño que era adoptado, “desde pequeño sabía que había llegado de España. Recuerdo haber jugado con el pasaje de Iberia con el que viajé a Chile”, recuerda. Sin embargo, después sus padres le negaron la documentación que conservaban con la excusa de que la habían quemado. “Sólo conseguí la partida de nacimiento española. Gracias a ese legajo he recuperado el resto de papeles del Archivo Regional de la Comunidad de Madrid”, dice.

A sus 52 años, José Luis Hurtado lamenta que su destino no ha sido feliz. Cuando era pequeño recibía palizas del padre, “era muy autoritario”. Tampoco le permitió ser piloto de aviación, “me dijo que no era una carrera digna para mi estatus social. Tenía que ser ingeniero agrónomo. Mi vida ha sido un desastre, una vida frustrada.Tengo la sensación de que mi padre compró un regalito para mi madre, o sea, a mí”, asegura.

La búsqueda de sus orígenes

A través de internet contactó con un historiador para que rescatara sus papeles de la inclusa de Madrid. Pero éste le comunicó que, debido a esta situación tan irregular, “sólo un abogado podía solicitar los documentos en los archivos”. En 2009, recién cumplidos los 50, volvió al Estado español. Fue a visitar la inclusa, que fue su casa en los primeros meses de vida, y después se dirigió al Archivo Regional de la Comunidad de Madrid porque, aunque ya tenía las copias de sus documentos, “quería comprobar con mis propios ojos si constaba algún dato de mi madre biológica en los mismos”, asegura Hurtado.

Las trabas que le pusieron para acceder a la información fueron muchas. “La funcionaria me dijo que tenía que dejarle unos días, antes de que yo pudiera ver los legajos, para comprobar si habíaalgún dato de mi madre en ellos, y si constaban datos, yo no podría acceder a esos documentos”, explica, impotente, Hurtado.

Para consultar los archivos, la Ley de Patrimonio Histórico 16/85, dispone que tendrán que pasar 25 años de la muerte de la persona afectada o 50, si no se conoce la fecha de su fallecimiento. Incluso si esa información no hubiera sido “liberalizada” habría que entregar el consentimiento de ambas partes. Teniendo en cuenta que la persona a quien atañe la búsqueda es su madre biológica, de la que no tiene información, sería imposible presentar una autorización firmada por ella. “Me arrebataron y ahora me siguen negando mi identidad, los documentos que deberían decir quién soy, de dónde vengo, dónde nací...”, lamenta Hurtado.

También en ese viaje de vuelta a sus orígenes reclamó al Estado español las 10.000 pesetas más intereses, que permitieron enviarle a otro continente y que, en teoría podía solicitar con la mayoría de edad. “Puse copia también a Esperanza Aguirre, y la Comunidad de Madrid me ha respondido que ‘no habrá que abonar cantidad alguna por parte de la Administración’ porque no he aportado documentación justificativa”.

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CONDICIONES PARA LA ADOPCIÓN. Pagaron 10.000 pesetas como “fondo de retorno” a depositar en “las Arcas Provinciales”. El documento contempla la devolución de esa cantidad.

Sobre la información del número que le asignaron, su identidad en la Inclusa de la Paz de Madrid, ha recuperado diversa información, como la ficha que firma la religiosa sor Irene en la que dice: “El 28 de marzo se recibió un niño a las 13.40h sin datos para su filiación” y añade, a continuación, con todo detalle, la ropita con la que se entregó a ese bebé: “Ropero: faldón con bordado, elástica, pañal, mantilla con dibujo de flores, unos trapos, faldón de seda con puntilla y mañanita de lana azul y blanca”.

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ENTREGADO EN LA INCLUSA DE LA PAZ DE MADRID. La nota a mano de una monja dice que un niño llamado José Luis “se recibió sin datos para su filiación” el 28 de marzo de 1959 y se enumera el “ropero” con el que se entregó.

Al mismo tiempo, en el registro civil se inscribió al entonces José Luis Muñoz Moreno, como “hijo ilegítimo” y en la línea inmediata, donde debía figurar el nombre y apellidos del padre se sustituyó por un “no consta”. En la casilla de la madre, se lee “la parturienta de apellidos Muñoz Moreno”.

Sin rastro de la madre

En la mayoría de los casos, las inclusas no registraban el nombre de la madre con el fin de que nunca se reclamasen a sus hijos. No todos eran abandonados de forma anónima. Muchas madres dejaban al bebé un tiempo con la promesa de recuperarlo más tarde y cuando llegaban se les comunicaba que el niño había muerto, cuando, en realidad, ya había sido entregado a otra familia, según consta en diversos documentos y denuncias.

Hace dos años, José Luis Hurtado tuvo que volver a cambiar sus apellidos en el Estado español. En una anotación en el margen izquierdo de su partida de nacimiento literal, quedó registrado con los apellidos Hurtado Gana, los de su padre adoptivo, unos días antes de partir a Chile. Según la normativa franquista, su madre, que entonces contaba con 28 años, era menor para adoptar y los apellidos que se reconocieron fueron los del padre. Ahora, ha recuperado la nacionalidad española y sus apellidos son Hurtado Vidal, como en Chile.

Aquel bebé repasa hoy: “A mí me falta algo, cerrar un ciclo que necesito completar. Desde que nací hasta que me adoptaron, no sé qué pasó con mi vida. El Estado español tiene que demostrarme que yo no fui robado o entregado. Eso es lo que yo quiero saber. ¿Qué pasó?, ¿por qué no registraron los datos de mi madre?, –se pregunta–. Es curioso: ¿por qué con tantos papeles que rellanaron en la inclusa no existe la renuncia a mí de mi madre? Esta es una herida que no se puede tapar…”, sentencia Hurtado.

 

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